Un nuevo comienzo
Una nueva era empieza en la tierra. Las tribus cazadoras y recolectoras abandonan los bosques para adentrarse en los caóticos núcleos urbanos. Nace la agricultura y, con ella, el ser humano hace suyos los alimentos de la tierra. ¿Todos? No, todos no. En los corazones de los humanos, el manzano y la manzana seguirán siendo símbolos de los Dioses, la Belleza o la Madre Tierra.
Una aventura mundial
Las llanuras salvajes desaparecían, los árboles frutales que abundaban en los bosques continuaron su propio camino. Una de ellas fue a parar a una civilización particularmente global: Egipto. Desde el Nilo, algunos ejemplares viajaron a la antigua Persia, donde sus habitantes la domesticaron. Nació el primer descendiente del manzano, que no tardó en surcar los mares y darse a conocer. Primera parada: el pueblo bajo el Olimpo.
Para la más bella de las diosas
El pueblo del Olimpo fue el primero en escribir el nombre de esta fruta, que no dudó en relacionarla con los Dioses. La Sikera era la bebida fermentada de árboles frutales, la manzana la fruta de los dioses. Para la más bella de las Diosas. La manzana de la discordia, otorgada por Eris, inició una de las Odiseas más conocidas en el mundo occidental: la Guerra de Troya, el romance entre Paris y Helena, el largo camino de vuelta de un padre y marido; todos ellos consecuencia de una diosa caprichosa y una manzana.
La fruta del Edén
Una civilización nació en las tierras latinas de la península itálica. Esta ciudad que pronto se hizo imperio adquirió el conocimiento, costumbres y religiones de diversos pueblos del viejo mundo. El conocimiento romano se extendió a lo largo del continente bajo el estandarte de la romanización y, con ella, la tecnología para producir la bebida del edén. Con la Cristiandad, los romanos abrazaron por vez primera una religión monoteísta y nombraron la fruta que provocó su pecado original con el termino Malus.
La eterna juventud
Con la Diosa Idhunn al timón, los pueblos del Norte pasearon libremente por nuestras tierras. Eternamente jóvenes por comer de la Manzana de la Juventud, los Vikingos aparecieron, y compartimos mesas y festines, rodeados de la bebida rejuvenecedora. Tras pasar por el Ávalon (la isla de las manzanas) y visitar a la bruja Morgana, los celtas también extendieron la cultura sidrera por los confines de la tierra.
Un pueblo del bosque
Las influencias que recibió a lo largo de la historia hicieron que el pueblo seguidor de Mari ligará su futuro al Árbol de la Vida, el manzano. Las manzanas abundaban en las tierras vascas, y sus habitantes comenzaron una epopeya única. De las villas y aldeas tardorromanas, los vascos se aventuraron a crear unidades autogestionadas llamadas baserri (caseríos). Estas unidades económicas eran las más rentables del momento, ya que en ellas convivían todas las actividades necesarias para el sustento del ser humano. Haciendo honor a su nombre, estos Pueblos del Bosque (de la palabra baserri = baso + herri), unidades con enormes lagares, grandes cubas y manzanales, fueron el nacimiento de la industria sidrera vasca.
La bebida del ocaso
Con los caseríos lagares a pleno rendimiento, era el momento de conocer el mundo. Durante varios siglos, los navegantes vascos llegaron al confín del mundo conocido. Desde áridas islas hasta bosques tropicales, aventuras corsarias o la caza de ballena, los marineros llegaban sanos y salvos gracias al producto de su tierra: sagardoa, la sidra vasca.
Los hijos del maíz
Los marineros vascos, hijos de la tierra, llegaron a un mundo desconocido hasta el momento. Con ellos portaban semillas de la fruta prohibida, y con ellos trajeron semillas de un alimento que revolucionó los caseríos vascos del momento: el maíz. Con la perdida de las empresas navales vascas, los caseríos necesitaban un sustituto, y el Pueblo del Maíz se lo otorgó. El maíz transformó el paisaje vasco diversificando el producto de sus caseríos; la revolución agrícola llamaba a la puerta.
La luz de la oscuridad
Una luz alumbró la oscuridad. Los caseríos que sobrevivieron a las contiendas que asolaron el viejo mundo despertaron. Junto a la electricidad, los caseríos vascos recuperaron su esencia, y volvieron a producir sidra a toda máquina. Las prensas no necesitaban de tracción animal, las cubas podían ser de otro material y, gracias a las Sociedades Gastronómicas Vascas, el consumo había cambiado. Nace la Sidra Moderna.
Una sidra creativa
Los inmensos avances del siglo XX empezaron a marcar un marco desconocido en el mundo sidrero. Las sidras más creativas estaban naciendo, el conocimiento de las diversas ciencias, nuevos materiales y la sabiduría de las generaciones pasadas crearon armonía en esta bebida mística.
Saboreando tradición
La Sidra Creativa necesitaba ser degustada. Lo que empezó con las Sociedades Gastronómicas y gentes cercanas terminó siendo un reclamo popular, un signo de identidad. La creación de una oferta gastronómica propia de las sidrerías otorgó a estos caseríos de un producto y una experiencia inolvidables.